Composición del DEM

Así está construido el diccionario

Como se dice antes, los registros que han servido de materia prima para este Diccionario provienen de un estudio muy amplio de las características del español mexicano en nuestro tiempo. Ese estudio se basa en la recopilación de textos escritos y hablados en México entre 1921 y 1974, integrados como Corpus del español mexicano contemporáneo, que quedó compuesto por 996 textos de dos mil palabras gráficas cada uno, provenientes de todas las regiones del país, de toda clase de hablantes y de una amplia variedad de géneros.

El Corpus es nuestra principal fuente de datos; la información obtenida de él es la que nos permite garantizar al lector que todos y cada uno de los componentes de nuestra nomenclatura (la lista de vocablos que constituyen entradas del Diccionario), de la definición, de los ejemplos incluidos y de las marcas de uso han sido fidedignamente registrados en el español contemporáneo de México.

Para componer este Diccionario, lo que hemos hecho ha sido tomar todos los vocablos aparecidos en el Corpus. Independientemente del nivel de lengua al que pertenecieran (de tradición culta o popular, nacional o regional, grosero o jergal), se sometieron a estudio y se convirtieron en las entradas de los artículos lexicográficos que presentamos. Además de esos vocablos, hemos agregado muchos más, que se hacen necesarios a partir de la redacción de los textos definitorios, sobre todo de palabras que significan objetos de la naturaleza, de la flora y la fauna; conceptos científicos, filosóficos o artísticos; voces que refieren a acontecimientos u objetos del pasado que siguen siendo necesarias para comprender la historia, etc. mediante las cuales la explicación del significado se precisa. Cuando se trata de voces que aparecen dos o una vez en nuestro Corpus, el método lingüístico nos previene del riesgo de que se trate de voces mal registradas o de invenciones individuales que todavía no se dispersan en el seno de la sociedad o que quizá nunca lleguen a obtener el cuño social. De ahí que hayamos tenido que recurrir a otras fuentes secundarias, en particular los tres corpus de la Academia Española, que son públicos: el Corpus de referencia del español (CREA), el Corpus del español del siglo XXI (CORPES) y, en menor medida, el Corpus diacrónico del español (CORDE), en los que se encuentran textos mexicanos. Finalmente, hemos estado pepenando vocablos mediante observación y registro directo.

Hemos puesto especial atención a las terminologías técnicas usuales en México. Éstas, como toda convención con que se unifican los textos de un mismo campo para hacer eficaz y precisa su comunicación, están sujetas tanto a aportes de diferentes tendencias científicas y pedagógicas como a cambios producidos por la influencia del tiempo y de las situaciones sociales en que se crean. En el caso de las terminologías de las ciencias naturales, se han tomado en cuenta los consejos de los especialistas que asesoran al cuerpo de redacción del Diccionario y que representan a las instituciones más autorizadas de la república. Para la definición de cada uno de esos términos se han consultado, también, varias obras contemporáneas en otras lenguas, con el objeto de ofrecer las informaciones más seguras y modernas posibles. Pero debido a la aleatoriedad de los registros del Corpus es bien claro que los campos terminológicos de cada ciencia o de cada técnica aparecen incompletos en el Diccionario: a veces faltan vocablos centrales para una ciencia y a veces aparecen términos de una especialización extrema. En futuras ediciones, corregidas y aumentadas, con el concurso de especialistas en cada área y, esperemos, con suficiente apoyo económico, habremos de corregir este defecto.

Los términos correspondientes a doctrinas, movimientos sociales, instituciones y conceptos de valor histórico para México han recibido un tratamiento enciclopédico basado también en la opinión de los más destacados especialistas y en obras contemporáneas de calidad cierta. En este punto, como en el caso anterior, nos hemos despegado de la concepción puramente lingüística del diccionario, movidos por la necesidad de incluir y explicar vocablos necesarios para comprender la vida histórica de México, que hasta ahora o no aparecen en los diccionarios, o aparecen con informaciones mínimas y muchas veces equivocadas.

Se ha conservado la terminología lingüística y gramatical que fijaron los libros de texto desde la década de 1970 porque es la que organiza la comprensión actual de la gramática del español para la mayor parte de los estudiantes mexicanos y, a la vez, se han introducido algunas referencias a terminologías más antiguas pero igualmente válidas, con objeto de propiciar la comunicación entre generaciones que han recibido educación distinta.

Se ha registrado todo el vocabulario usual en México, como se decía antes, independientemente del nivel de lengua en que suela utilizarse. Así, el lector encontrará una multitud de voces y giros coloquiales y populares, que se utilizan sobre todo en el habla; encontrará vocablos, acepciones y locuciones de uso regional, debidamente localizados; encontrará también voces groseras y varios anglicismos corrientes en el español de México. A cada lector le toca decidir qué vocabulario usa o cuál acepta. La función de un diccionario para una sociedad que aprecia su libertad y su diversidad es proveerla de información precisa y fiel a la realidad, no la de arrogarse una autoridad injustificable, ni la de adoptar el papel de censor del habla y las costumbres.

Las hablas mexicanas son enormemente variadas y expresivas; en ellas se advierte la diversidad cultural del territorio nacional y se tiene el principal apoyo para la constante elaboración de un lenguaje apto para significar la vida contemporánea de México en su rica heterogeneidad. Debido a las características de nuestra investigación, determinadas por el costo que significaría efectuar una gran encuesta léxica nacional (y, hoy día, lamentablemente, por la inseguridad), los datos que registramos no dan cuenta completa de esa variedad, por lo que el vocabulario regional que se encuentra en estas páginas apenas representa un pequeño porcentaje de lo que realmente se habla en nuestro territorio, desde los rincones más alejados de Baja California y Tamaulipas hasta los confines de México en Chetumal o en Comitán. Les pedimos por ello a nuestros lectores que sean benevolentes con nosotros en este aspecto, que seguirá siendo una asignatura pendiente de nuestro trabajo.

Esta segunda edición del Diccionario del español de México reúne así 32,650 vocablos. Cada vocablo, a su vez, tiene varios significados. Cerca de 60,000 son los significados o acepciones que corresponden a este Diccionario.

Con la idea de que el servicio que preste el Diccionario del español usual sea completo en lo referente al uso de la lengua, se han agregado tablas para facilitar la consulta de la ortografía, la puntuación, las conjugaciones de los verbos y los usos de los tiempos verbales. A manera de apéndices aparecen tablas de gentilicios importantes, mexicanos y latinoamericanos, una tabla de escritura de los números y tres tablas de prefijos y sufijos, que sirven para formar palabras.

LA ESCRITURA Y LA ORTOGRAFÍA EN EL DICCIONARIO

Como todos los diccionarios que tienen como objetivo la comprensión de los vocablos, nuestro Diccionario sigue el orden alfabético. Las Academias de la lengua adoptaron hace una veintena de años la decisión de eliminar de ese orden las letras che y elle, para sumarse a una concepción más general del alfabeto, y en consecuencia intercalan en sus diccionarios los vocablos correspondientes como parte de la ce y la ele. El orden alfabético ha sido siempre una absoluta convención, por lo que nada tiene de extraño que las Academias lo modifiquen; nosotros hemos conservado distintas la che y la elle por dos razones: la primera es que no vemos ninguna ganancia en adoptar un alfabeto más general, cuando es derecho de todas las comunidades lingüísticas ajustarlo lo mejor posible a las peculiaridades de sus lenguas. La che y la elle se sacrifican en las obras académicas por ser dígrafas y no se ve que la eñe también es una peculiaridad del español, que se salva porque a la tilde no se le asigna identidad propia. En el fondo, acercar el alfabeto del español a uno más general es aceptar la misma clase de argumentos que esgrimieron los comerciantes de teclados de computadora para atacar a la eñe y que motivaron una cerrada protesta de todo el mundo hispánico. La segunda es que la che sigue representando un fonema del español —como la eñe— que conviene mantener distinto para los que aprenden a escribir su lengua materna. La elle, en cambio, hoy es una representación del fonema /y/ en la mayor parte del mundo hispánico —a excepción de algunas zonas de Castilla la Vieja y de los Andes, que conservan distinto el fonema / ll / del fonema /y/— y se mantiene únicamente como reliquia etimológica de importancia, sin embargo, para la ortografía

En el español de México hay algunas diferencias ortográficas en relación con la ortografía académica, especialmente en la escritura de palabras de origen amerindio y de origen inglés, francés o de otras lenguas extranjeras. A lo largo de nuestra investigación hemos comprobado la tendencia, entre los mexicanos, a conservar la escritura originaria de los préstamos tomados de lenguas extranjeras; así, whisky, jeep o zoom aparecen registrados de esa manera en el diccionario; como siempre que se trata de tendencias normativas y no de normas explícitas, hay excepciones como coctel o futbol, que predominan frente a cocktail o foot ball. También hay que hacer notar que los usos mexicanos de esas palabras no llevan acento; es decir, ni se escribe ni se pronuncia fútbol o cóctel.

En cuanto a préstamos y adaptaciones de nuestras lenguas amerindias, particularmente del náhuatl, hemos optado por asignar el artículo principal a las ortografías que la erudición mexicana ha reconstruido en relación con la fonología del náhuatl clásico, debido al valor simbólico que han adquirido en la idea que los mexicanos tenemos de nosotros mismos. No obstante, registramos las variantes como artículos secundarios, que remiten a los primeros, como es el caso, por ejemplo, de cuitlacoche frente a usos como güitlacoche o huitlacoche.

LA GRAMÁTICA EN EL DICCIONARIO

Se pueden seguir varios métodos al tratar el aspecto gramatical del léxico en un diccionario. Se puede, por ejemplo, agregar a la definición de cada voz una serie de observaciones importantes acerca de los regímenes de las preposiciones, acerca de los usos transitivos, absolutos, intransitivos o pronominales de los verbos, acerca de ciertas formas derivadas, etc., bajo la suposición de que los lectores de la obra tienen una formación gramatical bien consolidada. Como se dijo en la introducción, se ha puesto especial cuidado en seguir las pautas que marcó la enseñanza de la gramática en los libros oficiales de texto para la escuela primaria a partir de la década de 1970. La última modificación de esos libros no estableció un nuevo acuerdo terminológico sino que, por eso mismo, produjo una confusión generalizada que no se ha resuelto. Nosotros consideramos que, mientras no haya una decisión cuidadosa y conscientemente adoptada al respecto, es preferible conservar la misma concepción gramatical, que al fin y al cabo es la que han aprendido ya varias generaciones de mexicanos. Por eso el enfoque gramatical con el que se tratan los vocablos en este diccionario es un enfoque funcional. Según la concepción funcional del análisis gramatical, las llamadas categorías gramaticales o partes de la oración no son conjuntos de palabras que invariablemente tengan la misma categoría; son, por el contrario, conceptos que definen las propiedades funcionales con las que habrá de cumplir un vocablo para que se pueda considerar que tiene la función correspondiente a cierta categoría. Así, hay palabras que tienen la función de adjetivo en una oración pero de sustantivo en otra, como en los siguientes ejemplos: "Tiene una bella voz", donde bella es adjetivo, y "La bella venía caminando", donde se trata de un sustantivo; o como el caso de bajo (1), que es adjetivo ("Un hombre bajo"), sustantivo ("Un bajo del río") o adverbio ("Hablar bajo") y aun se considera homónimo de bajo (2), que es preposición ("Bajo tierra").

Y si bien ese ha sido el enfoque, se ha obviado siempre el recurso a explicaciones gramaticales que supongan un conocimiento más profundo de la gramática del español por parte del lector. Digamos que la información mínima necesaria está contenida en el artículo lexicográfico, pero no de manera explícita, sino mostrada en la propia sintaxis de la definición, en las colocaciones y en los ejemplos que se ofrecen. Así por ejemplo, en vez de señalar que a un verbo transitivo le corresponden un complemento directo y uno indirecto, marcado por cierta preposición, lo que la definición ofrece es, por ejemplo: dar algo a alguien.

Inmediatamente después de la entrada aparecen las marcas gramaticales en forma de abreviaturas; cuando un vocablo puede desempeñar varias funciones, las categorías que le correspondan aparecen juntas; si solamente una acepción tiene función diferente a la del resto, en esa acepción aparece su nueva marca.

Las marcas de género y número de los sustantivos y los adjetivos son restrictivas; esto quiere decir que, cuando se encuentra uno de estos nombres sin marca de su flexión nominal, significa que puede hacerse tanto masculino como femenino, tanto singular como plural. Si, en cambio, solamente puede ser masculino o femenino, o sólo singular o plural, aparecerá la marca correspondiente. Los ejemplos siguientes lo ilustran:

conejo s dosis s f sing y pl
vaca s f arras s f pl
toro s m absurdo adj, y s m
oficinista s m y f bastante adj m y f y adv
sangre s f sing politeísta adj y s m y f
cenit s m sing

En cuanto a los verbos, llevan tres marcas posibles: una para los transitivos (tr), una para los intransitivos (intr) y una más para los pronominales (prnl) como arrepentirse. No se les ha dado tratamiento aparte a los verbos transitivos que pueden pronominalizarse, como comer (comerse), encontrar (encontrarse) o lavar (lavarse), pues se trata de posibilidades regulares del verbo español, pero sí se han incluido como acepciones en cursivas cuando su significado ha variado en relación con la forma transitiva.

La conjugación de los verbos

Inmediatamente después de las marcas gramaticales de un verbo aparece, entre paréntesis, una referencia al modelo de conjugación del verbo en cuestión. El objeto de esta información es que el lector sepa cómo se conjuga un verbo que desconozca. Los modelos aparecen en una tabla especial. Para los verbos regulares sirven de modelo las conjugaciones de amar, comer y subir. Para los irregulares se incluye una lista de diecinueve modelos, que se identifican tanto por un verbo, como sentir o adquirir, como por un número, 9a o 2b en los ejemplos anteriores. De esa manera, el lector podrá efectuar de inmediato la conjugación de un verbo que le interese si sabe conjugar el modelo; si no lo sabe, los números lo remiten a la tabla en la que aparece la conjugación.

En la lista o paradigma de los pronombres personales que introducen la conjugación de los verbos aparece entre paréntesis la forma de la segunda persona del plural (vosotros amáis, vosotros coméis, vosotros subís), desusada en México e Hispanoamérica, pero normal en España y en ciertos textos muy formales del discurso político y religioso mexicano.

LA DEFINICIÓN EN EL DICCIONARIO

La investigación arriba mencionada produjo una enorme lista de contextos de uso de cada palabra, documentados en novelas, periódicos, libros de texto, trabajos científicos, cancioneros, manuales de mecánica y artesanías, historietas, fotonovelas, telenovelas, etc., y grabaciones de conversaciones con personas de todo México. Estos documentos constituyeron la principal fuente de datos para analizar el significado de las palabras que contiene este Diccionario. Un análisis de esta clase tiene características muy diferentes de las de los análisis en otras ciencias: ante todo porque se hace con el mismo lenguaje que se analiza, lo cual da a los resultados una sustancia significativa igualmente llena y compleja que la del vocablo analizado. A ello hay que agregarle el hecho de que esos resultados se manifiestan luego en un texto escrito en la misma lengua analizada, lo que tiene por efecto la aparición de una especie de "desviación" significativa que necesariamente modifica la ecuación de identidad real entre lo definido y su definición. Por otra parte, el analista forma parte de la misma comunidad lingüística, y su horizonte cultural y tradicional tiene los mismos límites que el de los lectores de la obra. Esa situación obliga al lexicógrafo a ejercer cotidianamente un esfuerzo crítico que le permita situarse a cierta distancia de la lengua que estudia para poder encontrar en ella sus rasgos más característicos. El resultado final es una obra de interpretación, en la que caben nuevas interpretaciones de sus lectores. El papel del lexicógrafo se convierte así en una mediación entre el hablante y su lengua. En cuanto a mediación, lo único que se espera es que sea lo suficientemente clara, abierta y respetuosa como para que el lector tenga siempre la sensación de que su lengua no le ha sido robada ni se le devuelve como un objeto ajeno e impuesto.

Se ha intentado siempre redactar las definiciones con las palabras más sencillas que se encuentren y que éstas formen parte del Diccionario.

Una definición es una perífrasis del vocablo definido; es decir, la definición reconstruye el significado del vocablo con una composición de los significados de las palabras utilizadas en ella. En este Diccionario se ha buscado que las perífrasis sean largas y contengan varios vocablos conocidos que faciliten la comprensión de su texto; así, se ha rehuido caer en los típicos círculos viciosos de los diccionarios en que, por ejemplo, pavo se define como guajolote y guajolote como pavo, o amor como cariño y cariño como amor. Por el contrario, se ha buscado siempre el matiz significativo específico que hace que dos palabras no sean perfectos sinónimos.

Cuando se trata de nombres de plantas y, en menor medida, de animales, lo que comprueba nuestra investigación es la enorme diversidad de designaciones que reciben esos seres naturales a todo lo largo y ancho del país. Además, se comprueba —lo que saben muy bien los biólogos— que cada nombre suele designar varios seres distintos de la flora y la fauna, con lo que hay una amplia polisemia de esos nombres, según la región. No nos es posible, como lexicógrafos, desentrañar todas las diferencias de nombre y de especie biológica, por lo cual el diccionario sólo refleja lo que hemos encontrado en el Corpus y en las obras de consulta, aunque en muchos casos nuestros asesores lograron darnos directrices claras.

Al nombre de animal o planta sigue, generalmente, su identificación biológica; es cierto que para el público tal identificación no ayuda en nada, pero al menos permite, dado el caso, informarse mejor en otras obras de referencia y estar seguro de qué ser de la naturaleza se trata. Las definiciones correspondientes se guían por lo que ofrece la taxonomía científica, pero en la mayor parte de los casos hemos tratado de indicar ya sea características físicas fácilmente reconocibles o propiedades medicinales —tratándose de plantas— o usos comunes en las artesanías o en la industria y agregar los nombres de sus ejemplares más comunes.

En esas circunstancias, como la relación entre nombre y objeto es de mera designación, cuando hay varios nombres para el mismo objeto, los damos como sinónimos y tratamos de que la definición completa aparezca bajo la entrada del nombre más extendido en el país. Algo semejante nos sucede con varios vocablos regionales que, entre sí, son designaciones diferentes de objetos o de acciones comunes; en esos casos también la definición aparece bajo el vocablo más común, pero la sigue generalmente uno o varios ejemplos que ilustren el modo en que se usan y su valor cultural. Los otros vocablos refieren a la entrada principal.

Con objeto de mejorar los resultados del análisis de los significados de un vocablo, se tomaron en cuenta otros muchos diccionarios del español y algunos del inglés o del francés; ello permite asegurar en buena medida la calidad de la información contenida en la obra, así como aumentar significados poco usuales pero importantes en México o para la comunicación internacional en la lengua española.

No obstante, la obra se basa en el uso mexicano y tiene a los mexicanos como punto de referencia, por lo que no se han introducido marcas o indicaciones que permitan reconocer "mexicanismos" o "americanismos" entre los vocablos o las acepciones que la componen. Hacerlo no solamente habría acarreado el riesgo de equivocarse, debido a la falta general de estudios comparativos del léxico de la lengua española en las diferentes regiones del mundo hispánico que permitan identificarlos con cierta seguridad y exhaustividad, sino que habría significado que la legitimidad del uso mexicano de la lengua se viera puesta en crisis al fomentar la "conciencia del desvío" con respecto a otro uso, distinto regionalmente pero implícitamente aceptado como ejemplar normativo, según se señaló en la introducción.

En la medida en que tal ejemplaridad normativa está sujeta a discusión precisamente por el carácter que ha tenido tradicionalmente y, por el contrario, el uso del español en México constituye un claro, rico y flexible reflejo de la unidad hispánica, parece más conveniente y adecuado a la realidad no limitarlo a los márgenes estrechos de esa clase de calificaciones.

Solamente se han hecho observaciones comparativas de ese tipo para caracterizar, por un lado, las diferencias fonológicas entre el español mexicano y el peninsular, con el objeto de destacar las razones por las que existen ciertas reglas ortográficas; por el otro, el desuso generalizado del pronombre y la terminación verbal de la segunda persona del plural (vosotros amáis) en el español de México. De todas maneras, el lector curioso de esa clase de diferencias regionales y normativas podrá comparar los vocablos incluidos en este Diccionario con lo que de ellos digan los diccionarios más conocidos de mexicanismos y de americanismos.

Los significados se ordenan en una serie de acepciones del vocablo en cuestión o entrada. No hay recurrencias a la etimología ni al cambio histórico de una palabra por tratarse de una obra interesada solamente en lo contemporáneo, criterio más difícil de manejar que el de los diccionarios que apelan a la etimología y el registro de fechas de aparición, en los que el orden cronológico externo dicta el orden de las acepciones. El orden de acepciones seguido se basa en dos criterios: el primero es el del llamado "significado estereotípico". Éste consiste en el reconocimiento, mediante el análisis semántico previo, de aquella acepción que los hablantes, espontánea y comúnmente, le atribuyen al vocablo. El significado estereotípico tiene su base en la percepción, pero adquiere ese valor cuando ha quedado más fijo en la memoria social y se muestra como base generadora de las acepciones subsecuentes. Esos significados tienen, naturalmente, su origen histórico; son precisos en sus designaciones y en su uso 1. Así por ejemplo, el vocablo cabeza tiene un significado estereotípico que es el de 'parte superior del cuerpo humano, en donde se encuentran los principales órganos de los sentidos', pues nadie, al oírlo, pensará ante todo en su significado de 'parte anterior de un convoy'. El segundo criterio, semejante al anterior, es el del reconocimiento de un significado preciso bien establecido en la cultura, ya sea a partir de la filosofía, de una ciencia o de un arte, del cual un hablante puede reconocer fácilmente que de él se han derivado lógicamente los demás. Así por ejemplo, en la voz diametralmente la acepción 'en completa oposición', que se encuentra en expresiones como "Juan y Pedro, aunque gemelos, son de carácter diametralmente distinto" es derivada del significado geométrico, y no al revés. El resto de las acepciones se ordena a partir de un desarrollo lógico de los elementos significativos de la primera e indica una movilidad metafórica que va creciendo hasta la última. Este Diccionario no hace distinción entre "sentido recto" o "propio" y "sentido figurado", porque estas designaciones conllevan una concepción logicista de la lengua que no se justifica a la luz del pensamiento lingüístico moderno. El "sentido recto" de las concepciones tradicionales corresponde en realidad al significado que, a lo largo de la historia y hasta hoy, se ha fijado en primer lugar en la memoria de la comunidad lingüística; el "figurado" a todos los demás, bajo la suposición logicista de que las palabras tienen una función solamente designativa. En realidad, toda manifestación verbal que haga uno, orientada a comunicar algo con precisión y claridad "figura" un nuevo significado, para cuya comprensión los que aparecen en el Diccionario dan el punto de partida.

Cuando no aparecen rasgos significativos comunes a dos significados de lo que parece la misma palabra se da una situación de homonimia, es decir, se decide que se trata, en realidad, de dos palabras distintas con idéntico soporte sonoro y gráfico. Es el caso, por ejemplo, de las entradas acción 1 y acción 2, o chino 1 y chino 2 en este Diccionario; en ambas distinciones se refleja el hecho de que, desde el punto de vista de la semántica, entre las acciones humanas y las financieras y entre el aspecto del pelo y el natural de China no hay relación de significado. En todos esos casos encontrará el lector dos o más entradas distinguidas por índices numéricos.

Hemos hecho dos clasificaciones de acepciones en los vocablos que así lo requieren. La primera, que sirve para englobar acepciones emparentadas a partir del significado estereotípico, se marca con números romanos. La segunda, que crea un orden de interpretación de las acepciones, se marca con números arábigos. Cuando la polisemia del vocablo no es muy extensa, basta el orden en números arábigos y se omite la reordenación general con romanos, que resultaría redundante.

Se han incluido como si fueran acepciones las locuciones más usuales en el español mexicano. Se trata de composiciones de palabras y construcciones sintácticas con un significado diferente al de la simple suma de los significados de los vocablos que las componen, como, por ejemplo, baño maría, irse de boca, cantarle a alguien otro gallo, a base de, sobre la base de, etc. Se encontrarán, generalmente, bajo la entrada del vocablo más específico de los que las componen o de aquel que constituye su núcleo; así, las locuciones anteriores aparecen bajo baño, boca, gallo, y base. No se les ha dado una clasificación sintáctica porque se prestan a varios análisis diferentes y, en consecuencia, porque no se ha querido complicar más la asignación de marcas gramaticales.

LAS MARCAS DE USO

Sobre la base de diversos estudios que hemos elaborado acerca de las diferencias de uso de los vocablos en nuestra sociedad, distinguimos entre los vocablos que se utilizan en todo el país —un dato que debemos a nuestro estudio cuantitativo reseñado antes—, y constituyen nuestro español mexicano nacional, y los que documentamos como de uso mayoritario en una o en varias regiones de México, pero no en todas. Estos vocablos forman parte, en consecuencia, de nuestras variedades regionales, como lo son, por ejemplo, los del español de Yucatán, del Noreste o de Veracruz. Fueron los estudios del Atlas lingüístico de México, dirigido por don Juan M. Lope Blanch en El Colegio de México, los que nos permitieron establecer los criterios para distinguir unas regiones lingüísticas de otras, así sea de manera provisional, puesto que todavía falta mucho para llegar a conocer las particularidades lingüísticas del español en nuestro país. Para indicar las zonas en donde se han registrado los vocablos regionales, introducimos abreviaturas y marcas suficientemente claras como para que se las pueda interpretar sin esfuerzo, además de listarlas en la tabla correspondiente de abreviaturas y marcas. Hemos de advertir, sin embargo, que tales indicaciones no tienen por objetivo afirmar que allí y sólo allí se utiliza el vocablo, sino que solamente informan que hemos localizado el uso del vocablo en esas zonas. Seguramente muchos lectores, interesados en el tema y orgullosos de sus patrias chicas, se ocuparán de enviarnos sugerencias y correcciones a este respecto, que les agradeceremos cumplidamente.

La experiencia nos ha mostrado que conviene hacer solamente dos distinciones en lo que se refiere a los usos sociales de las palabras (las llamadas generalmente marcas de uso), en vez de las de coloquial y popular, que utilizábamos en la primera edición del Diccionario: las que forman parte de la tradición culta y las que forman parte de la tradición popular. La tradición culta es la que se ha venido formando a lo largo de los siglos en la lengua española mediante un cultivo selectivo de sus formas de expresión, particularmente literarias e intelectuales, por lo que, en consecuencia, compartimos su vocabulario con todas las regiones del mundo en que se habla español, aunque hayan aparecido entre nosotros diferencias de significado y de forma, a causa de los necesarios procesos de adaptación de los vocablos a nuestra propia experiencia histórica. Son los vocablos de tradición culta los que sirven para la manifestación intelectual de nuestra experiencia del mundo y de la vida, los que tienen prestigio generalizado y, en consecuencia, los que irradian los medios de comunicación y enseñan nuestro sistema escolar y otros agentes educativos. Los vocablos de la tradición culta no se distinguen con ninguna marca. En cambio, consideramos vocabulario de la tradición popular, más precisamente, de las tradiciones populares, el que utilizamos en nuestra vida diaria, apegado a lo más íntimo de nuestra vida familiar y popular, a las conversaciones entre amigos, a las diferencias de expresión entre hombres y mujeres, generalmente orales y no escritas, surgido de las experiencias solidarias de cada una de esas maneras de vivir al calor de sus prácticas discursivas. Los vocablos de tradición popular realmente manifiestan su procedencia de la tradición expresiva mexicana, durante siglos ajena a la intervención de la educación formal y al paso que ha llevado la evolución de la tradición culta. Ese vocabulario muestra su raigambre histórica más acá de los libros y las escuelas. Hay que reconocer que se trata de vocablos que todos usamos en determinadas circunstancias y que nos identificamos como pueblo, precisamente, mediante ellos, como nos lo ha venido demostrando el aprecio que ha recibido nuestro Diccionario por esa clase de vocablos. Por estas razones hemos introducido como marca de uso el vocablo popular, despejado de toda suposición de incorrección. El lector sabrá cuándo utilizar este vocabulario, según sus necesidades expresivas y según a quién se dirige.

Caso aparte es el del vocabulario que marcamos como grosero. Se trata de voces que, incluso pronunciadas en aislamiento, producen en quien las oye o una sensación de insulto o, al menos, una sensación de agresión en la relación entre dos personas. Es ése precisamente su valor expresivo. Si no insultaran, no agredieran, no dieran al habla un tono fuerte, las groserías no tendrían razón de ser. Tampoco pertenecen, en consecuencia, a ninguna clase social particular, ni mucho menos a una sola región de México. Sólo forman parte del arsenal de medios de expresión de que disponemos los mexicanos. Cada quien sabe y decide si las usa o no. Hemos marcado, por último, como ofensivos ciertos usos de vocablos en contextos particulares; no son voces groseras por ellas mismas, pero logran ofender a aquellas personas a las que se aplican.

Los significados de un vocablo que pertenecen a la terminología científica o técnica aparecen precedidos por una abreviatura, entre paréntesis y en letra cursiva, que indica la ciencia o la técnica a la que pertenecen. Esas abreviaturas y marcas se encuentran en la tabla correspondiente. Hay vocablos utilizados por las ciencias y las técnicas que podrían aparecer como tecnicismos; sin embargo, no se les considera como tales cuando su significado técnico no produce diferencias notables con los significados ordinarios.

Hay vocablos cuyo uso es mayor en cierta clase de textos, o característico de ellos, pero que no tienen carácter técnico sino que forman parte del vocabulario general. Esos usos se han marcado también como Científ (de uso en textos científicos), Periodismo (de uso en textos periodísticos), etcétera.

LOS EJEMPLOS DEL DICCIONARIO

Hay dos clases de ejemplos en el Diccionario; por un lado, los que tomamos del habla real, particulares y concretos; aparecen entrecomillados, con el vocablo en cuestión destacado con letras cursivas. Procedentes en su gran mayoría de los textos reunidos en el Corpus, tienen como función documentar el uso de los vocablos que ilustran y recuperar el valor significativo de las palabras en la cultura mexicana. De ninguna manera deben verse como "autoridades" del diccionario, en el sentido de la tradición que inició el famoso Diccionario de autoridades de la Academia Española, lamentablemente perdida en los dos siglos posteriores a su publicación; son meras ilustraciones, pero del uso real. Por el otro lado, los que también provienen del Corpus pero sirven para ilustrar los contextos más comunes de aparición, llamados técnicamente colocaciones; así, en bélico aparece un contexto muy común, que es conflicto bélico. Estos ejemplos también introducen en uso información sobre el régimen de los verbos o la rección de las preposiciones y muestra las construcciones más comunes. Es el caso de carecer de, base militar, base decimal, base del cráneo bajo las entradas carecer y base, o el de andar a pie, andar a caballo, andar en coche, bajo el verbo andar.


1 Quien desee mejores explicaciones de este concepto puede leerlas en Luis Fernando Lara, Teoría del diccionario monolingüe y Curso de lexicología, ambas publicadas por El Colegio de México.

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